Creencias obscenas
Jorge Bruce
Si a alguien le quedaban dudas, las elecciones de la revocatoria se las deben haber despejado a la mala. Los más jóvenes habrán comprendido que la democracia nunca está ganada para siempre.
Hay que reconquistarla una y otra vez. Hay que construirla. Y este proceso pasa por periodos atribulados, angustiantes, dolorosos. Etapas en las que todo se pone en juego y ronda una sensación de derrota, desánimo, escepticismo. Esto se debe a que las fuerzas autodestructivas –corrupción, abuso de poder, mentira, agresión, por citar algunas– están siempre al acecho, cuando no a la obra. Ya he citado en alguna oportunidad la coincidencia de las letras entre “obra” y “roba”, que alude a la manida frase: una versión resignada del desempeño de nuestras autoridades, en modo Comunicore.
Pero en la última semana, todo cambió. Una reacción ciudadana que muchos ya no esperaban, irrumpió con energía y se enfrentó a una campaña conducida por una alianza de personajes desvergonzados, decididos a tomar las arcas de la municipalidad y la conducción de la política de la ciudad por asalto. Solo que esta vez las cosas eran más confusas que de costumbre. Porque la coalición que, poco a poco, salió a detener esta nueva arremetida de las agrupaciones más mañosas e inescrupulosas de la política peruana resultó ser heteróclita y con una ideología de amplio espectro.
Lo que los unía, sin embargo, era la voluntad de no entregar la ciudad a quienes solo quieren sacar provecho de esta, al precio de repotenciar el caos, la anomia y el achoramiento. El transporte, La Parada o los ambulantes serían las muestras inmediatas de esta regresión. Una vez más se demuestra que la corrupción siempre lleva la delantera porque sus motivaciones son de recompensa inmediata y cuantiosa. En cambio la democracia no se come, en efecto. Para apreciar sus beneficios es preciso pensar en términos de largo alcance: imaginar una ciudad moderna, ordenada y limpia puede parecer un sueño burgués para los ejércitos de vendedores callejeros que deambulan en los semáforos de Lima.
El sábado, mientras me ofrecían en la calle juguetes inflables, maní tostado, tapasol para el auto, discos piratas o malabarismos, pensaba en que esos recolectores de las migajas del capitalismo tenían una disyuntiva muy dura en esta votación. ¿Qué significa para ellos el crecimiento económico o el de la clase media? ¿Habrá que llamarlos empresarios emergentes y analizar sus técnicas de marketing, a fin de que metas tu mano al bolsillo y saques unas monedas para comprarles alguna chuchería?
Es sobre esa desesperación y rabia que han querido montarse los revocadores. Son esos sentimientos negativos con los que la municipalidad, pese a sus buenas intenciones, no ha conseguido contactarse. Si algo habremos aprendido de este proceso costoso e innecesario, espero que sea la urgencia de salir de esa alucinación negativa, en la cual somos un país triunfador con un destino privilegiado. Mientras haya tanta gente sobreviviendo en condiciones infrahumanas, esa creencia es una obscenidad.
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