LA SOLEDAD BIEN GANADA


César Hildebrandt

Este gobierno no se cae: se des­liza. Prisionero de una obse­sión autodestructiva, Humala se pelea con la oposición como si estuviese defendien­do principios, algún fin irrenunciable, ideas que no se negocian.
 
El problema del señor Húmala es que se quedó sin principios, renunció a los fines y es viudo de sus propias ideas trai­cionadas.


Húmala llegó al poder para cambiar el Perú. El Perú lo ha cambiado a él. Ahora es este hombre que farfulla excusas, que se enreda en naderías, que no tiene para qué luchar y que, sin embargo, parece siempre tenso y dispuesto a decir algo decisivo. Aunque soñó con ser Velasco, hoy es un poco Sánchez Cerro con una pincelada de Odría. Es el edecán de Be navides: a la derecha, carajo, de frente, marchen.


Y   lo peor para él es que los sectores conservadores lo han usado y ahora que lo ven débil y crepuscular, no cesan de acosarlo. Es un caso raro. La derecha trata a Húmala comoel padrastro hijo de puta que acabamos de ver en la TV Ya sólo falta Dickens para completar esta historia.


Es cierto: el gobierno se deshace. Pero estaba más o menos previsto que así sería. Desde el comienzo del régimen, esta mo­desta revista que vive de sus lectores predi­jo, sin poses ni estridencias, que la traición de Húmala lo llevaría al desamparo.


Ha llegado ese momento. El ficticio partido que manejaba la hechiza presi­denta Nadine Heredia ha dejado de exis­tir. La mayoría congresal se desmoronó. La disciplina del grupo ha colapsado. Húmala se asoma a una ventana de Pa­lacio y lo que ve es hostilidad. Se la ha ganado a pulso. Los que creyeron en él lo desprecian. Los que deberían estar agra­decidos lo bombardean a diario desde su prensa concentrada. Los muchachos, en formación de combate, le derogan la ley pulpín. La derrota es completa. 

Y ya no es posible tomar las viejas banderas ni reconstruirse. La inercia lo lleva a la repetición. Creerá que gobierna mientras inaugura alguna obra. Lo mis­mo creía Belaunde Terry. Dirá que él no se deja llevar por el ruido político. Pero frente a ese ruido Ollanta Húmala sólo opone el silencio de sus ideas muertas y enterradas. El precursor del cambio se suicidó y sigue siendo presidente de la república, así, con minúsculas.

La gran novedad es que la calle ha vuelto a ser protagonista. Y que una mul­titud de jóvenes, concertados milagrosa­mente por una inteligencia colectiva, ha derrotado al gobierno, a la derecha que está metida en él, a la prensa centavera que apuesta por la petrificación.No es mayo del 68 ni la revolución portuguesa de los claveles ni la derrota del somocismo. Pero ha sido una lección. Y ahora, los que acabaron con la ley que los maltrataba se imponen otras metas, más altas, y advierten a la partidocracia putrefacta que no intente colonizarlos.Dije hace poco ante los micros de IDL -y eso fue antes del triunfo de los jóve­nes y sus 14 Zonas- que sólo del futuro podría venir el viento que barriera tanta mentira y tanta hipocresía. Pues bien, el futuro ya nos está hablando y lo que nos dice es que hay que avanzar.

La derecha sólo quiere arrinconar a Húmala y acomodar las cosas para que votemos por García, K. Fujimori, PPK o cualquier títere adjunto. Sus opinólogos vienen de la Altamira reaganista, del neanderthal franquista y hoy serían na­zis si Hitler hubiese triunfado. En el Perú dominan la radio, la TV y gran parte de la prensa escrita. Harán todo lo posible por desacreditar el movimiento juvenil, por llamarlo anarquista, extremista, in­filtrado por la hoz y el martillo.

El problema para ellos es que en Gre­cia y en España la indignación ya tiene nombre de partido. En Grecia se llama Syriza y ha ganado las elecciones. En Es­paña se llama Podemos y anda primero en las encuestas. El sistema-mundo em­pieza a asustarse. El sueño de la señora Thatcher, de los señoritos Miró Quesada, de la señora Merkel y de toda la cabronada falsamente académica disfrazada de coro gregoriano empieza a desvane­cerse. El capitalismo salvaje no es la op­ción inexorable y casi bíblica que nos han querido vender. Las utopías valen la pena. La rabia ante la injusticia es santa, como la dama de las novelas románticas, y necesaria, como las revoluciones que nos llevaron a la independencia republi­cana. El Perú, Europa,,el planeta exigen cambios. La vieja política peruana -in­cluyendo apristas, fujimoristas, conser­vadores e izquierdistas que avalaron a las farsantes «democracias populares» de Europa Oriental- querrá decirnos que ahora sí encarna nuevas aspiracio­nes. Escupámosla.

Acabemos con ella a través de la estricta purga de los votos.

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