Y el cadáver, ay, siguió mintiendo

Claudia Cisneros

Alan García tomó su propia vida bajo el convencimiento de que esta vez era la única forma de evadir la justicia. Disparó con la certeza de que el efecto de martirologio de su suicidio combatiría lo que quedaba de su reputación más bien delictiva. La gloria de ser dos veces presidente de una nación había quedado hace mucho mermada por la larguísima lista de delitos que se le imputaron en su primer y segundo gobiernos, y que él siempre se las arregló para que no pasaran a investigación. No eran solo indicios, había testimonios, documentos y pruebas suficientes para procesarlo.

Por eso Alan García fugó a Francia y Colombia. Cuando Fujimori cayó en desgracia, García pactó con Montesinos que prescribieran sus delitos de corrupción, enriquecimiento ilícito, colusión y cohecho pasivo como publicó Cecilia Valenzuela en esta investigación (http://bit.ly/2DxD2uz). Así volvió a Perú y a ser presidente pero fue acusado de indultar a narcotraficantes. Y aunque logró liberarse de ser procesado, su condena fue social. Los peruanos no le perdonaron liberar narcotraficantes. García se convirtió en un repudiado. Plazas vacías y burlas en su campaña de 2016. Apenas llegó al 5% de intención de voto y el JNE salvó la inscripción del Apra. Pero él jamás volvió a remontar.

Cuando empezó a develarse la corrupción de Odebrecht en el Perú, García no dejó de clamar inocencia –que solo sus partidarios creían–. Pero sabía que esta vez estaba involucrada la justicia de otros países, Brasil y EEUU, y su margen de maniobra era limitado. La prensa libre y acuciosa, como la de IDL-Reporteros de Gustavo Gorriti, ayudó a que las informaciones no se perdieran llegando a manos de fiscales amigos de los implicados. Con Barata a punto de hablar, pero sobre todo con la detención de su secretario y mano derecha, Nava, García terminó de hacer los cálculos y supo que era cuestión de días para que todas sus colosales histriónicas frases #DemustrenloPuesImbéciles o #YoNoMeVendoOtrosSí quedaran como monumentos odebrechtianos al cinismo.

Uruguay le negó el boleto a su fuga siguiente, entonces decidió que su supuesta inmolación crearía el mito y que jamás podría probársele el último de su larga lista de delitos. Pero calculó mal porque los procesos seguirán sin él, ya no contra él pero sí en busca de la verdad. Esa verdad que le aterraba porque derrumbaría todo lo que él había construido ocultándola por décadas. García, al parecer, tenía 14 millones de razones para hacerse humo.

Esta vez, por última vez. Pensó que su cadáver limpiaría lo que su cuerpo ensució; y el cadáver siguió mintiendo en esa oprobiosa carta de despedida; y sus cadavéricos operadores políticos, también. Pero Barata ha hablado y ya no hay bala de plata que lo salve.

https://larepublica.pe/politica/1458287-cadaver-ay-siguio-mintiendo

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