PERÚ: UNA NUEVA HISTORIA DE LA INDEPENDENCIA

Natalia Sobrevilla

La historia del Bicentenario no es la del Centenario

La semana pasada escribí sobre cómo se narra la historia desde el poder, de qué manera los estados utilizan la educación, los símbolos patrios, los espacios públicos en las ciudades e incluso los billetes para imponer su versión del pasado. Esta semana, al contrario, mi reflexión se aproxima a la historia desde los márgenes, desde los espacios de menos poder, desde las minorías: mi interés se haya en que encontremos narrativas alternativas inscritas en una gran variedad de formatos.

Uno de los primeros espacios desde donde se narra la historia alternativa es en casa, a partir de los recuerdos familiares. Las historias de nuestros padres y abuelos que pasan de generación en generación son parte de un legado que muchas veces se enfrenta a la historia oficial. Con el tiempo, algunas de estas versiones pueden llegar a trascender y ayudan a crear narrativas alternativas que pueden, incluso, cuestionar las verdades establecidas.

Tradicionalmente, la historia ha sido contada por los vencedores que formaron el recuerdo desde su perspectiva triunfante, pero como escribir historia es un acto político el punto de vista que se toma puede cambiar. Los historiadores profesionales nos dedicamos en gran medida a buscar nuevas formas de entender el pasado y desde hace algunas décadas el énfasis de algunos ha estado en buscar las voces que muchas veces ha sido silenciadas.

Hay diferentes maneras de hacerlo. Una es apelar a la historia oral con la ambición de escuchar a estas voces acalladas. Otra es buscar en las mismas fuentes y leer la información con otros ojos ya que las voces oficiales pueden revelar en su interior una serie de perspectivas sobre la sociedad que pueden pasar desapercibidas si no se hacen las preguntas precisas.

Fuentes diversas nos presentan conflictos que pueden ser leídos de una manera muy simple: una de las personas es más poderosa que la otra, pero una lectura más minuciosa nos puede revelar cómo se ejerce ese poder, cómo la persona que tiene menos poder puede expresar su descontento con esa realidad de maneras sutiles pero no por ello menos importantes, así como sus posibilidades de enfrentarla. Los detalles pueden ser reveladores. Algo de esto se puede ver en una pequeña viñeta que leí en El Comercio de 1845: tras una trifulca de borrachos, un hombre blanco agredió a un afrodescendiente, pero trascendió que este señor era un capitán de milicias y que por lo tanto merecía respeto. El hombre blanco arguyó que sin su uniforme él había agredido a quien no era más que un “negro”. Podríamos dejar la anécdota ahí o podríamos ver cómo la participación en la milicia le otorgaba a alguien con menos poder una posibilidad de mejorar su situación, pero que esto solo se mantenía si usaba el uniforme: sin el poder simbólico que le otorgaba, volvía a ser nada más que un “negro”.

Este es solo un ejemplo de tantos de cómo las mismas fuentes nos permiten distinta profundidad de lecturas sobre un hecho y por qué la historia va cambiando con el tiempo: si bien los hechos en sí pueden no variar, nuestra lectura de ellos cambia. Lo que en el pasado podía parecernos bastante aceptable y normal, después de algunos años puede considerarse inaceptable.

La interpretación de los hechos del pasado cambia, no porque los hechos sean diferentes sino porque las preguntas que le hacemos al pasado son otras. Nosotros y el espacio que habitamos somos los que hemos sufrido una transformación. Esto es lo que ocurre con las historias que algunos llaman subalternas: cuando nos llevan a interpretar el pasado ya no desde el poder, sino desde los mismos protagonistas, lo que vemos cobra otro cariz.

Algo de ello está ocurriendo en este Bicentenario. No tenemos ya una historia triunfante de héroes y villanos. No tenemos un estado monolítico que nos cuenta la historia solamente desde Lima, ahora queremos oír otras voces, saber cómo participaron las mujeres, los grupos indígenas, los afrodescendientes. Somos nosotros los que hemos cambiado como sociedad y es por ello que podemos hacernos estas nuevas preguntas.

Tomar esta oportunidad nos hará construir juntos una nueva narrativa del pasado que será más inclusiva.

Natalia Sobrevilla. Estudió Historia en la Pontificia Universidad Católica del Perú y es PhD en Historia por la Universidad de Londres. Actualmente es Directora de Estudios de Pregrado en Estudios Hispánicos de la Universidad de Kent (Inglaterra). Viene investigando sobre la formación del estado y la cultura política en los Andes desde fines del periodo colonial hasta el Siglo XIX.

https://jugodecaigua.pe/una-nueva-historia-de-la-independencia/

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