Ojalá que Castillo entienda la lección

César Hildebrandt

“Cuarto Poder” parió un ratón y la conspiración expiró. Sin voces comprometedoras ni primicia de nitroglicerina, el Congreso no pudo ni siquiera lograr que el tema de la vacancia se admitiera a debate: ¡76 a 46, vaya tunda! ¿O sea que el gobierno dependía de Hume y su clan de investigadores a larga distancia auxiliados por el servicio de inteligencia de la Marina?

Sí, a eso hemos llegado. La “gran política” de este país a la deriva se fabrica muchas veces en los cubículos de la prensa concentrada. De allí salen las pesquisas que citará Patricia Chirinos en sus discursos de llonja y ajos, las revelaciones peliagudas que harán creer a Keiko Fujimori que la hora de la venganza ha vuelto a llegar: ¡tenno heika banzai!

Claro que nada de eso sería posible si tuviéramos a un presidente firme, con ideas, y sin roces nocturnos con lobistas desmesuradas. Nada de eso sería posible si no hubiésemos tenido a Bellido de primer ministro, a la Fenate detrás de la Derrama, al Movadef detrás de la Fenate, a ciertos allegados del presidente merodeando el presupuesto y al secretario de Palacio guardando 20,000 dólares en las cercanías del desagüe. Nada de eso sería posible, en suma, si tuviéramos a un presidente impecable y más allá de toda sospecha.

Pero tenemos a un presidente de dudosa reputación y a un entorno ancestral que quiere implantar aquí el socialismo que hizo de Cuba una utopía carcelaria y de Venezuela un fracaso con olor a gasolina.

Frente a un presidente así de complicado, está la maquinaria mediática de la prensa concentrada y el violentismo de la ultraderecha. El centro ha desaparecido, a no ser que percibamos en él a gente como Acuña o lo que queda de Acción Popular, que es el partido de las provincias que no saben dónde dirigirse.

El presidente Pedro Castillo tiene ahora una segunda oportunidad.

¿Entenderá que se trata de una tregua? ¿O algún palurdo adjunto le hará creer que ha ganado la batalla de Junín y que lo que falta es el acabose triunfal de Ayacucho?

Imposible saberlo. Pero si Castillo no ha aprendido la lección, lo que nos espera es seguir viendo humear la pradera, vivir en la víspera, dudar ante una luz ámbar que no cambia. ¡Y estamos hasta la coronilla de tanta incertidumbre!

Castillo tiene que entender que su triunfo electoral no le permite refundar el país.

Lo que ese éxito sí le demanda es hacer un gobierno de izquierda cuyo propósito general sea humanizar el capitalismo, angostar las brechas de la peor desigualdad, crear infraestructura donde la miseria clama por ella, socorrer a la pequeña y mediana agricultura familiar y empujar a los gobiernos regionales a un emprendimiento nacional de obras de modesta envergadura y amplia mano de obra. Y hacer todo eso sin reventar el equilibrio fiscal ni desmanejar la tendencia inflacionaria que estamos sufriendo por factores nativos y externos. Y sin olvidar que luchar contra la inseguridad es reclamo nacional y que crear empleo urbano es el imperativo social y económico más nombrado por las capas más pobres en todas las encuestas.

Un gobierno que marchara a esos objetivos armaría consensos y legitimidades que nadie podría discutir. Si Castillo opta por ese camino, por ese marco, por ese horizonte, ¿quién se atrevería a hablar de vacancia?

El problema es que nadie sabe qué piensa Castillo. Hay un lado oscuro y hasta taimado en ese personaje que se nos presentó a caballo y como salido de una novela de Scorza y que hoy tiene el aura impredecible de una película de Hitchcock. Hay un aspecto indescifrable en esa personalidad que pasó por el toledismo, donde estuvo hasta el 2017, y varó, sin afiliarse, en el marxismo cerril de Perú Libre, previo intermedio del Conare y el Movadef.

El drama es que hay dos personas que hoy pueden pasarle a Castillo la factura de su salvación congresal. La primera es César Acuña, el caudillo primitivo de un partido que no propone nada. La segunda es Vladimir Cerrón, que inventó a Castillo como candidato y que está seguro de que el presidente es parte del mobiliario del partido.

Castillo tiene que salir de esa pinza mortal. Si gobierna como Acuña, será considerado un traidor. Si gobierna con Cerrón, tendría que recrear el ejército de la Sierra Maestra y la hazaña de Santa Clara. Y no veo a Guillermo Bermejo como Che ni a Waldemar Cerrón como Raúl, como no veo a Castillo emulando a Fidel.

No hay otra salida que el realismo y la izquierda de los Francke y las Vásquez. Sí, lo que la derecha, con cada día más odio, llama el caviarismo.

La prensa concentrada y “La Resistencia” tienen un sueño húmedo: que Castillo se alíe con Cerrón y que crea, idiotamente, que la votación del Congreso es la luz verde para una asamblea constituyente al margen del artículo 206 de la actual Constitución. Si eso sucediera, lo más rancio de este país cacofónico festejaría con champanes y hurras. El camino de la confrontación final se reabriría y la vacancia volvería a estar a tiro de almirante.

¿Podrá el señor presidente entender lo que está en juego?

Ojalá que sí.

Fuente: HILDEBRANDT EN SUS TRECE N°569, del 10/12/2021  p12

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