Perú: DEFENDER LO BUENO, AUNQUE NO SEA POPULAR
Hugo Ñopo
La Reforma Universitaria busca mejorar la calidad del sistema universitario. Apunta en la dirección correcta, aunque dista mucho de ser perfecta. Sin embargo, su problema más serio no está en las mejoras pendientes sino en su falta de respaldo popular. Las marchas convocadas para su apoyo no han tenido éxito. ¿Por qué la calidad del sistema universitario no es algo que levante las cejas de la población?
Primero, porque lo universitario es algo que atañe directamente a muy pocos. Solo uno de cada seis peruanos de 15 o más años cuenta con educación universitaria. La gran mayoría ve a la educación universitaria como algo lejano y piensa que la calidad del sistema no es relevante para ellos, lo cual es un error. Y segundo, porque en un país como el nuestro la calidad es una consideración de segundo orden. Cuando pedimos un plato de comida, lo primero que buscamos es que esté taypá. Cuando necesitamos ingresos buscamos una chambita, aunque sea precaria.[1] El tarrajeado de nuestras viviendas se deja para el final, o nunca.[2]
En esa línea, pareciera que algunos hogares peruanos estuvieran interesados únicamente en que sus hijos consigan el diploma universitario, sin importar la calidad. Ese error es tan grande que convertiría a su aventura educativa en una inversión a pérdida. Estudios hechos tanto en el Perú, como en Chile y Colombia dan cuenta de ello. Para algunas universidades y especialidades, especialmente las de baja calidad, la suma de los costos de la educación (pensiones, pasajes, materiales, alimentación, vivienda, etc.) supera a la suma de sus beneficios (empleabilidad e ingresos laborales futuros). En casos como estos la pérdida seguramente va más allá de lo económico o financiero, pues se quiebran algunas ilusiones y se afecta la confianza en el sistema.
Aquí me parece importante señalar que hay un segmento de la población que viene en aumento: el de las personas con educación universitaria incompleta. Son cada vez más los jóvenes que abandonan sus estudios universitarios, sea por razones académicas, económicas o familiares. Así, la distribución de la población estudiantil universitaria tiene una forma de pirámide, con muchos estudiantes en los primeros ciclos y pocos en los últimos. Las universidades con fines de lucro y de bajo costo han incorporado esto en su modelo de negocio, facilitando, simplificando y abaratando el acceso. Jóvenes incautos ingresan a esas universidades con ilusiones que luego no se materializan. Si eso no se llama estafa, se le parece muchísimo.
Por otro lado, la perversidad del modelo de negocio oculta otra arista que nos genera un mal social: tenemos un exceso de contadores, profesores, abogados, administradores. Precisamente, esas son las carreras que más ofrecen las universidades masivas, baratas y de baja calidad.
¿Cómo evitar que en el futuro más hogares caigan en la trampa de la inversión universitaria a pérdida con el correspondiente quiebre de ilusiones? Queda muy claro que una condición necesaria es asegurar que todas las ofertas universitarias gocen de condiciones básicas de calidad. Este, precisamente, es el trabajo de la SUNEDU: elevar la valla, de modo sostenido en el tiempo.
Pero en economía acostumbramos a decir que no hay lonche gratis. Toda acción o política tiene un costo. En este caso, elevar la valla de calidad de las universidades haría más difícil el acceso a las mismas, algo a todas luces impopular, en más de un aspecto:
- El académico. Elevar la calidad universitaria haría más notoria la brecha de habilidades entre lo que se ofrece en la educación secundaria y lo que se requiere para una vida universitaria. Entrar a la universidad debería ser más difícil.
- El monetario. Como ya se han dado cuenta muchas universidades, elevar la calidad cuesta, pues requiere invertir en una mejor infraestructura y en elevar los salarios de los docentes y personal de apoyo. La educación universitaria debe ser cara.
- El logístico. Para mejorar la calidad resulta útil concentrar los campus universitarios. Esto implicaría que, en lugar de hacer que las universidades vayan a los pueblos, como propone este gobierno, los jóvenes de los pueblos deben movilizarse hacia los lugares en los que se concentran los saberes. El campus debe ser grande, universal, diverso.
La universidad no debe ser para todos: no necesitamos más, necesitamos mejores. El argumento técnico para ello es claro. Pero eso, además de impopular, tiene muchas características de elitismo, sin oportunidades para todos. Así era nuestro sistema universitario medio siglo atrás. ¿Cómo salir de ello? Con fuerte financiamiento público y una mejora integral de la educación. Los altos costos que debería tener la educación universitaria deben pagarse con una dosis importante de recursos del Estado, no basarse tanto en los bolsillos de los hogares. Las altas exigencias académicas de las universidades deberían satisfacerse en las aulas de secundaria, por eso también la reforma magisterial es tan importante.Este jueves el Congreso pretende votar con insistencia la autógrafa de ley que pretende modificar la Ley Universitaria. El pleno votó por ella hace unas semanas y el presidente Castillo la observó, pero hay voces en el parlamento que anuncian que insistirán. Es probable que intereses mercantilistas, disfrazados de argumentos populistas, se traigan abajo la herramienta más importante para mejorar las oportunidades de los jóvenes: la educación.
Toca defender lo correcto, aunque no sea popular.
[1] Se estima que en Lima Metropolitana el 42 % de los empleos son no adecuados, en condiciones de informalidad y precariedad.
[2] El Censo Nacional 2017 arrojó que el 44 % de las viviendas del país no cuenta con material noble en sus paredes exteriores.
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