Perú: La salud se conquista

Ronald Gamarra

El derecho a la salud se encuentra en una situación lamentable en nuestro país. Existe de manera muy precaria para muchos y prácticamente es inexistente para un enorme número de personas. Lo podemos comprobar cada día, lo padecemos a cada instante en los centros hospitalarios carentes del equipamiento necesario y de los profesionales que se requieren, en el sistema dislocado e incoherente de centros médicos, la cobertura siempre corta y limitada, la escasez de medicamentos básicos, el desamparo casi total de las enfermedades raras y huérfanas.

Teóricamente, en los papeles, la situación es de maravilla. Cojonuda. El derecho a la salud está reconocido en la Constitución y en los tratados internacionales sobre derechos humanos suscritos por el Estado. Está en las leyes y las normas reglamentarias fundamentales que rigen el sector salud. Según el armazón legal, los ciudadanos están premunidos de derechos y protecciones específicas que cubren y atienden sus necesidades de atención de la salud, y se ha avanzado de manera importante en el camino hacia la universalización de los seguros de salud.

Pero todo ese avance –en muchos casos, demasiados– solo está en los papeles. La realidad es la gran prueba de que el sistema institucional de salud del país es incapaz, falla y colapsa por todas partes, desde el nivel financiero, al administrativo y a la atención misma en las salas de hospitales y postas. Cuando una persona enferma no solo debe afrontar el sufrimiento propio de la dolencia; a ello le debe añadir el padecimiento de afrontar a cada instante, a cada paso, el fracaso de un sistema que no merece llamarse así porque lo gobierna el caos.

La situación es tal cual tanto en el subsistema del Ministerio de Salud como en el subsistema de la seguridad social EsSalud, dirigidos por burocracias que no dan la talla y que no parecen tener mayor identificación con los objetivos del derecho a la salud. Para peor, los pocos funcionarios competentes y sensibles están siendo sustituidos por gente sin preparación ni motivación. La universalización de la atención de salud no pasa de ser una mera declaración si no se sustenta con la asignación de los recursos necesarios para que sea una realidad efectiva y válida.

En nuestro país se ha impuesto, en la realidad, una división en la provisión de servicios a la población. Por un lado, está el sector de los que pueden pagar seguros privados caros, con atención de cierta calidad (que a veces ni siquiera es tal, como lo demuestran preocupantes denuncias sobre la mala cobertura de varias pólizas). Por otro lado, tenemos el sector público, conformado por el Ministerio de Salud y EsSalud, con una atención precaria, insuficiente, incómoda, mortificante y, con frecuencia, tardía o ausente.

Es en este escenario de emergencia donde, en los últimos años, ha entrado a tallar un actor que siempre estuvo allí, pero casi siempre en silencio: el paciente. Pues al paciente se le acabó la paciencia. O se le está terminando aceleradamente. Los pacientes se están reuniendo, se están uniendo y se están organizando, compartiendo sus experiencias personales, individuales, para emprender ahora una práctica comunitaria, compartida, que socialice los problemas que cada uno padece individualmente y exija a las autoridades la atención efectiva de sus demandas.

La vida nos enseña que, en nuestro país, la atención de la salud con calidad y eficiencia tiene que ser conquistada por los propios pacientes. Y por la población en general, en la medida en que todos seremos pacientes algún día y tal vez más de una vez. Si dejamos este problema a los políticos, se impondrá la desidia; más bien, hay que exigirles a ellos con energía que hagan lo que deben hacer. En tal sentido, quisiera resaltar la labor que vienen cumpliendo los colectivos de pacientes que están surgiendo –como Los Pacientes Importan– y empiezan a cambiar las reglas de juego, por el respeto al derecho a la salud.

Fuente: HILDEBRANDT EN SUS TRECE N°604, del 23/09/2022  p

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