Perú: Familia

César Hildebrandt

Caín fundó la estirpe.

Keiko Fujimori es descendiente de ese linaje.

“Que se joda”, exclamó la jefa de la organización Fuerza Popular refiriéndose a su hermano Kenji. Le habían preguntado si no era excesivo publicar los videos que demostraban que Kenji había incurrido en un delito para lograr la libertad de su padre, condenado a 25 años de prisión. “Que se joda”, dijo esa cisterna de veneno y frustración.

Y efectivamente, se jodió. Esta semana condenaron a Kenji Fujimori a más de cuatro años de prisión efectiva, pena que deberá cumplir apenas sea ratificada por una corte superior.

El padre fue un canalla. La hija, que creció en los hervores de la corrupción y el privilegio, estaba condenada a no poder ser mejor. Kenji, que era un niño cuando su padre empezó a hacer de las suyas, pareció siempre el menos contaminado. Pero pagó el pato. Salida de una película de la serie Kill Bill, madame K hundió al hermano que había jurado (ante su madre) proteger. Y al hundirlo, evitó que su padre recuperara la libertad. No le convenía un competidor de tanto peso después de haber perdido la segunda elección presidencial de su carrera. Fue un mate computado como doble. Fue su obra maestra.

En esa familia, la traición olía a rancio. En los albores del régimen, Susana Higuchi de Fujimori había denunciado a Rosa Fujimori, su cuñada, como cabecilla de una red que se robaba las donaciones recibidas por Apenkai, la fundación creada para “ayudar” a los más pobres.

La misma Susana Higuchi me lo contó frente a frente, durante una entrevista que le hice para la revista dominical del diario madrileño ABC. “Se robaban hasta la mejor ropa y dejaban lo que no servía”, me dijo.

La represalia fue inmediata. Alberto Fujimori dejó de hablar con Susana Higuchi, la hostilizó con métodos orientales, la encerró en su habitación y, enfrentado a un juicio entablado por ella para que reconociera una deuda de 100,000 dólares contraída durante la campaña electoral, negó su firma en un recibo y sostuvo que la huella digital que allí constaba tampoco era la suya. A los pocos días, Alberto Fujimori anunció ante la prensa que el cargo de Primera Dama había quedado vacante y que a partir de ese momento sería cubierto por Keiko Fujimori. La hija aceptó complacida y asistió, con su habitual sonrisa, al pronunciado deterioro emocional y mental de su madre. Padre e hija se lucieron ante primeras piedras, en recepciones diplomáticas, en viajes a reuniones cumbres. El fundador y la sucesora funcionaban como un reloj.

Como en muchos casos, la familia Fujimori era una ficción.

Al fin y al cabo, hasta la mitología sabe que la afinidad de sangre no es un mandato inexorable de amor. Rómulo asesinó a su hermano Remo porque este cruzó la delimitación hecha en el monte Palatino. Los hijos de Edipo y Yocasta, Polinices y Eteocles, se mataron entre sí pretendiendo el trono de Tebas. Cleopatra y Ptolomeo fueron hermanos, amantes y enemigos, rivalidad que terminaría con él ahogado en las aguas del Nilo en el año 47 antes de Cristo. Y la aventura trágica de Hamlet empieza cuando su padre, el rey, es asesinado por su hermano Claudio. La familia puede ser una condena, como lo sabe ahora, desde las antípodas de Shakespeare, Ricardo Belmont.

Fuente: Hildebrandt en sus trece, Ed 612 año 13, del 18/11/2022, p16

https://www.hildebrandtensustrece.com/

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