Perú: El outsider que puede venir
Ybrahim Luna
El oscurantismo político que vienen imponiendo grupos de ultraderecha en nuestro país, con la anuencia de un Ejecutivo más preocupado por evadir la justicia y sobrevivir hasta el 2026, ha empezado a desmontar la poca institucionalidad y democracia que habíamos logrado como sociedad. No es que hubiésemos avanzado mucho, es cierto; pero al menos en denominaciones y formalismos queríamos jugar al primer mundo.
Pues ese juego terminó. Están derrumbando la casa con maquinaria pesada y plantando banderas con la Cruz de Borgoña sobre los escombros. Nunca el escenario estuvo más despejado para el accionar del fascismo sudaca: un gobierno represor y racista, por un lado, y un centro inofensivo y una izquierda desaparecida, por el otro. Vivimos el sueño de los peruanos que adoran a Vox de España y sus foros orgullosamente sépticos.
Curiosamente, en estos escenarios preapocalípticos (sumemos que en la práctica ya vivimos un fenómeno El Niño) es que las izquierdas se presentan como una alternativa a las felonías del sistema. ¿Pero qué ocurre cuando las izquierdas también viven una crisis medular que les impide levantar el brazo en medio de la multitud para dar soluciones mágicas? Ocurre que nadie las toma en serio porque la gente las considera parte de la plaga política. Y no solo es culpa de los congresistas de la falsa “izquierda radical” que demostraron su ineptitud, servilismo a seudocaudillos y pragmatismo, sino de la realidad misma que ha mostrado que la izquierda se ha estancado en el discurso del dedo acusador pero se ha alejado de la lucha activa y de las iniciativas populares.
Es cierto que sin mayoría en el Congreso poco o nada se puede hacer, como también es cierto que el pueblo nunca pensó en convocar a la izquierda a la hora de las protestas masivas contra Dina Boluarte por considerarlo un innecesario regalo de protagonismo para quienes demostraron un apego desmedido por sus cuotas de poder y aguinaldos. Hay políticos valiosos de izquierda en el Congreso, pero las excepciones no hacen la regla.
La debacle de la izquierda viene de tiempo atrás, quizá desde el apoyo que le brindó ciegamente a Ollanta Humala o de las tibiezas de Susana Villarán, y se agravó con la aparición de un meteórico Pedro Castillo en la campaña presidencial pasada. El hecho de que el candidato chotano, con sus limitaciones de performance y las acusaciones de cercanías con el Movadef, haya arrasado no solo con los candidatos del sistema sino también con los de la izquierda capitalina, tradicional y –en teoría– más preparada, fue un síntoma del cansancio de las masas con lo que consideraban más de lo mismo. Castillo fue lo nuevo, el espejo de lo ingenuo, y a la vez la punta de lanza de las clases menos favorecidas que se identificaron con uno de los suyos. La gente de provincia que sentía simpatía por la izquierda había encontrado a un candidato fuera del gremio de la izquierda capitalina, activista y académica. De ese choque cultural, ganó el populismo reivindicativo, y todo lo demás quedó etiquetado como “caviar”. Lamentablemente, el arrastre que significó Perú Libre hizo que fuesen elegidos congresistas algunos candidatos que solo fueron relleno de listas, muy básicos y dogmáticos.
El daño que el hoy preso Pedro Castillo y su partido le han hecho a la izquierda popular se verá en las próximas elecciones; pero por lo pronto la derecha ya tiene un argumento para señalar que el pueblo también se equivoca y que los caudillos se pueden infectar de los males que prometen combatir, sea cual sea su ideología. “Fue un golpista, un ladrón, un ignorante y comunista”, será el argumento con el que la derecha intentará sepultar cualquier manifestación política que no haya deslindado a tiempo con el profesor cajamarquino. A la excandidata presidencial Verónika Mendoza, quizá la última carta de la izquierda con miras al 2026, intentarán marcarla con esa cruz cada vez que hable de asamblea constituyente o nueva Constitución.
El asunto se complica si revisamos, por ejemplo, el estado de los liderazgos regionales que en determinados conflictos sociales se perfilaron como presidenciables. El exgobernador regional de Cajamarca Gregorio Santos afronta una condena (reducida) por corrupción; Vladimir Cerrón, líder de Perú Libre, anda en la cuerda floja por un pedido de prisión preventiva por el presunto financiamiento ilegal de su partido; el exgobernador de Puno y líder aimara Walter Aduviri ha perdido la capacidad de convocatoria de sus mejores épocas; el líder indígena amazónico Santiago Manuin falleció en 2020 víctima de Covid-19, y el exalcalde de Espinar Óscar Mollohuanca falleció en 2022 en circunstancias aún por esclarecer.
No se le puede echar la culpa de todo a la izquierda peruana. Sobre todo, si actualmente una derecha impresentable es la dueña de la cancha, del árbitro y de la pelota. Sin embargo, siempre es posible hacer algo más. Son tiempos difíciles, de persecución y calumnia a todo lo disidente, pero también en los tiempos difíciles es que se forjan los mejores liderazgos codo a codo con la gente. Las esperanzas del pueblo de que aparezca un outsider que haga temblar a los poderosos siguen intactas.
Fuente: Hildebrandt en sus trece, Ed 630 año 13, del 07/04/2023, p20