Perú: Como Terminator

Juan Manuel Robles

Porque el país es el que es —y no el que quisimos— Keiko Fujimori prepara el terreno para su retorno. Amenaza con postular a la presidencia por cuarta vez. Sudamos frío al verla porque sabemos lo que se viene, oírla es dibujar el futuro inmediato con una nitidez espeluznante. Diría que hasta su voz nos activa un estrés postraumático de esos que pueden paralizarnos en plena calle. ¿Qué le pasa, señor? ¿Está bien? Como los veteranos de guerra, llegados a cierta edad nos convertimos en veteranos del Perú: se nos ve en el rostro, en cierto parpadeo o tic, en el pánico que llega cuando Keiko sonríe y aparecen a su lado los garfios de Galarreta. Deme agua, por favor. Respirar profundo, serenarse. Cuatro postulaciones son quince años. El cuerpo ya no es el mismo. Hay que ir suave con la presión.

Y hay que admitirlo: en contraparte, la energía de Keiko es apabullante. Lo suyo es la resurrección maligna más contundente desde Alan García. Y está adquiriendo un descaro —por no usar otra palabra— equiparable al que tuvo Laura Bozzo, la amiga de su papá. También un dominio escénico que va a tono con lo que será su narrativa en la campaña: la superación personal. Un ejemplo de perseverancia, una peruana como tú que sufrió pero no se da por vencida.

Porque Keiko aprendió del padre que el uso más potente del autoritarismo es negar la verdad —y la historia— con toda la frescura posible. Ella no estuvo presa por los indicios de corrupción que la sindicaban como jefa de una organización criminal, no. Qué va. Ella fue víctima de una mala pasada del destino, de un sistema de justicia rencoroso y vil —hoy desmantelado—, de una prensa cizañera —hoy desarticulada— y aprendió allí todo lo que aún no conocía de la vida y los sentimientos. Salió, como se dice, mejor.

La cárcel, a veces, da espesor a ciertas existencias. Sobre todo cuando quien está encerrado allí es alguien que nunca trabajó.

En la campaña del 2021, Keiko ya usó su “paso” por la prisión para construirse una narrativa de resistencia. O mejor, de “resiliencia”. Gracias a Tiktok, predica su testimonio de lucha y comparte sus charlas para mujeres, presentándose como una madre que sobrellevó lo peor, que tocó fondo, pero que volvió del abismo oscuro con más luz que nunca.

Miki Torres ya comenzó con el trabajo de insertar ideas fuerza (populares): “Nuestra lideresa ha pasado por todo en esta vida”, ha dicho, hondísimo, en la radio. Consultado sobre si se refiere a las tres elecciones perdidas, respondió muy serio algo que podría oírse en las charlas de motivación de la escuela de negocios de la UPC: “uno aprende más de las derrotas que de las victorias”. Revise usted los casos de éxito.

¡Qué Pilar Sordo, Luciana Olivares o Inés Temple! Keiko Fujimori es el último grito de la autoayuda, y sin gastar un gramo de estrés. Eso sí, hace deporte con disciplina y vigor. Y usando en extremo ese descaro de familia, se graba corriendo frente al Pentagonito de San Borja.

En los últimos tiempos, ha añadido un capítulo a su narrativa. Se divorció y lo hizo público. No es tema menor en la fábula del empoderamiento. Hace poco contó cómo le detectaron los tumores en el cuello —por los que le hicieron una operación—. Resulta que debido al divorcio —al cambio de vida— tomó una decisión: cambió a su ginecólogo por una ginecóloga, que supo escuchar y observar.

Como su público es el que es, nadie le recuerda que en el Pentagonito torturaban gente y la incineraban. Ni que a miles de mujeres les hubiera gustado poder cambiar al ginecólogo que les mandó Aguinaga por alguno menos ávido de ligarles las trompas. Esos comentarios negativos estarían fuera de onda. Keiko es bondad. Keiko es bienestar. Keiko es perdón (nos perdona lo que nosotros le hicimos, no se confundan).

Esa será su arma de conquista, y es peligrosa. Será su forma de captar unanimidad en la clase media arribista, llena de tiburoncitos endeudados que quieren que les “devuelvan” el país que tenían antes de la pandemia.

Qué genial: el padre convirtió al Perú en una nación más ignorante que nunca, y sembró el credo fantástico de que salir de la pobreza depende de tu actitud. La hija usa la cháchara para inventarse una fábula de superación y procurar elegirse. Su padre decía “honradez, tecnología y trabajo”; ella dice “disciplina, perseverancia y buena vibra”. Es increíble la forma en que Keiko se hunde en cada derrota y retorna luego, radiante (hoy, recuperada del fracaso, mangonea a la presidenta que ella misma colocó). Es una metamorfosis que a muchos nos da terror pero que a otros les da inspiración. Ella lo aprovechará.

¿Está bien, señor? ¿Señor? Sí, ya respiro, gracias. Pero por supuesto que no me siento bien. Keiko ataca de nuevo, como Terminator llegando del futuro cuando creías que ya estaba acabado. Y realmente puede ganar. Porque los líderes de la derecha dirán un montón de cosas ahora, pero al final se unirán a ella, ke les queda. Por un instante, me pone pesimista la energía de Keiko, quien tiene todo para lograr su cometido. Al fin y al cabo, personas decentes estamos un poco chancadas luego de tantos atropellos en estos años. Pero, ojo, también nosotros sabemos de resurrecciones y retornos.

Fuente: Hildebrandt en sus trece, Ed 640 año 14, del 16/06/2023, p12

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