Víctor Jara 50 años después
Ronald Gamarra
Esta semana terminó en Chile el episodio judicial sobre el secuestro, tortura y homicidio agravados de Víctor Jara. 50 años después del zarpazo pinochetista y del crimen de lesa humanidad, la Corte Suprema en fallo unánime y definitivo rechazó los recursos legales presentados por los 7 militares encausados contra la sentencia pronunciada por la Corte de Apelaciones que los condenó en noviembre de 2021 a una pena de 25 años de cárcel. Aunque tarde, muy tarde, la esquiva justicia alcanzó a los asesinos directos y al fiscal militar encubridor de los hechos.
La sentencia emitida el 28 de agosto ratifica la condena a prisión a 7 militares, cuyas edades oscilan entre los 73 y los 86 años. A estos criminales de uniforme no les ampara prescripción extintiva, eximente de responsabilidad o amnistía de alguna clase, por tratarse de un crimen de lesa humanidad. Para librarse de la cárcel, el exbrigadier Hernán Chacón se suicidó. En su caso, pese a negar toda participación en los hechos y alegar que solo custodiaba el perímetro externo del Estadio Chile, la prueba recolectada demostró que intervino directamente en la clasificación de los detenidos y los interrogatorios a los prisioneros.
Víctor Jara, militante del Partido Comunista, compositor y cantante, artista extraordinariamente querido en su país y en el mundo entero, cuyas canciones conmovieron nuestra adolescencia y se siguen escuchando aún hoy con devota emoción incluso por las nuevas generaciones, fue asesinado brutalmente por elementos militares durante el violento golpe de estado encabezado por el general Augusto Pinochet, delincuente uniformado que planeó cuidadosamente la destrucción de la democracia chilena y hacerse del poder, como dictador, sobre una montaña de cadáveres.
Patricia Verdugo reproduce en uno de sus textos la respuesta del presidente Salvador Allende al almirante Carvajal el día de la traición a la democracia:
-Aquí habla el presidente…
…
-¡Pero ustedes qué se han creído, traidores de mierda!… Métanse su avión por el culo!… ¡Usted está hablando con el Presidente de la República!… ¡Y el Presidente elegido por el pueblo no se rinde!
Decenas de miles de personas fueron encarceladas, torturadas, asesinadas y desaparecidas desde el momento del golpe hasta el fin de la dictadura, 17 años después.
El día del golpe militar, y ante el mensaje de Allende: “En estas circunstancias, llamo sobre todo a los trabajadores. Que ocupen sus puestos de trabajo, que concurran a sus fábricas, que mantengan calma y serenidad”, Víctor Jara acata la orden. Horas más tarde, quedó encerrado junto con un gran número de docentes, alumnos y personal administrativo dentro de la universidad Técnica del Estado, donde dictaba clases, pues fue bloqueada por el regimiento Arica, del ejército. Al día siguiente, fue llevado detenido junto con cientos más. Por decisión administrativa, sin orden judicial, bajo ningún procedimiento y sin que se le formulara cargo alguno. Sin que se le abriera proceso judicial. Fue internado en el Estadio Chile, uno de los dos estadios (el otro era el Estadio Nacional) que los golpistas convirtieron en campos de concentración en plena ciudad de Santiago. Rápidamente reconocido por los militares que se encontraban en el acceso al recinto, fue agredido verbal y físicamente, apartado de los otros prisioneros y sujeto a custodia especial. Días después, fue interrogado ilegalmente en los camarines del subterráneo del campo y vejado.
Durante el cautiverio, la tortura aplicada a Víctor Jara fue implacable. Podía durar toda la noche. La soldadesca de Pinochet se ensañó con él. Lo golpeó sin cesar, hasta fracturarle las manos y los dedos a golpes de culata. Llegaron a burlarse poniéndole en ese estado una guitarra y el capitán Nelson Haase Mazzei –uno de los hoy condenados– lo desafió a tocar y cantar “Venceremos”. Los testigos concuerdan en que el artista mostró admirable entereza moral y que en ningún momento se doblegó. Finalmente, después de varios días, “a traición y sobre seguro”, encontrándose malherido y en indefensión, fue ultimado de un balazo en la cabeza –“a corta distancia, con el apoyo firme de la boca del arma sobre la superficie que impactó”, con una trayectoria “de atrás hacia adelante y de abajo hacia arriba”– y más de 40 proyectiles en todo el resto del cuerpo.
Sobre las circunstancias precisas del asesinato en el Estadio Chile existe la versión de un conscripto, quien sostiene haber presenciado su ejecución, la de Littré Quiroga y de otros cuatro detenidos, “explicando que todos los militares presentes sabían que los iban a matar, recordando que fueron sacados a una de las calles laterales del Estadio Chile, alrededor de las 3 de la madrugada del día 14 o 15 de septiembre, efectuándose muchos disparos de Oficiales y clases, precisando que existía permiso para que el que quisiera, disparara”.
Su cadáver fue abandonado fuera del estadio, como el de muchos otros, con la finalidad de que fuera recogido y enterrado como no identificado. Pero pobladoras de la comuna de Lo Espejo que tuvieron conocimiento de que estaban “botando cadáveres” en la zona y fueron a ver, primero, y un empleado de la morgue, después, reconocieron su cuerpo. Horas más tarde, un funcionario del Registro Civil, que fue a prestar apoyo al tanatorio, también lo ubicó, le tomó su impresión digital, la cotejó. Avisó a sus familiares. Allí, en el Servicio Médico Legal, entre restos apilados y destrozados, en un pasillo del segundo piso, cosido a balazos, con las manos tan lastimadas que parecían no tener huesos, con 56 fracturas óseas en distintas regiones de su humanidad, fue reconocido por su esposa Joan Turner Roberts. Se le había practicado una autopsia “económica”. Inmediatamente, los restos fueron recogidos y sepultados en el cementerio general. Joan tuvo que salir rápidamente al exilio ante el peligro que también la amenazaba. Pero no renunció en ningún momento a exigir justicia por el crimen contra su esposo.
Junto con el caso de Víctor Jara, la Corte Suprema ratificó la condena a estos militares por el asesinato del funcionario público Littré Quiroga, que en el momento del golpe desempeñaba el cargo de director de prisiones bajo el gobierno del presidente Salvador Allende. A Quiroga, también militante del Partido Comunista, los oficiales del dictador le reclamaban responsabilidad en la prisión y maltrato de un general pinochetista. El cuerpo de este funcionario, hallado junto con el de Víctor Jara, igualmente evidenciaba huellas de tortura, quemaduras de cigarros y las heridas causadas por 23 balazos.
Ahora, el Estadio Chile lleva el nombre de Víctor Jara, en memoria de este artista grande, valeroso, sensible y luchador por el derecho de vivir en paz, y en recuerdo de Amanda y de las miles de víctimas asesinadas por una dictadura delincuencial abominada por la historia. Y los violadores de derechos humanos –los de ayer y los de hoy– deben saber que nunca será tarde para que les llegue la hora de rendir cuentas por sus crímenes y recibir en consecuencia la sanción penal que merecen, aparte del desprecio moral que ya tienen bien ganado.
Fuente: Hildebrandt en sus trece, Ed 651 año 14, del 01/09/2023, p14