Perú: Pantomima
Carlos León Moya
Cuando trabajé en Palacio de Gobierno –perdón a todos– me di cuenta de algo: la inteligencia y la perspicacia no equivalen a un alto puesto político en el Perú. En realidad, ser imbécil y conseguir poder e influencia es muy común. Finalmente, muchos ascensos se deben no a capacidades sino a favores o amistades, o simplemente a que asciende el más sobón y lamesuela del grupo. Asimismo, hay personas que pueden ser muy capaces en sus áreas profesionales, pero simplemente no pueden leer o entender el país en el que están.
Pero todo esto depende de la cabeza. Si la cabeza es mediocre, la tendencia no es que compense su mediocridad con gente capaz, sino que se rodee de una mediocridad acorde a la suya o con gente que no le dé la contra.
Y este es el caso de Dina Boluarte.
Boluarte es, además de algo psicópata y delirante, torpe para entender qué pasa en el país que la odia. De seguro no cree que la odian. Y si lo cree, cree que lo va a poder revertir.
Pero hay algo peor, y es que puede tener gente al costado que le diga que realmente sí puede, que ese odio en el sur andino, después de tres masacres, es reversible con “trabajo político”. Tiene que viajar, presidenta, no le puede dejar el sur a los radicales. Si usted va, la gente se va a apaciguar, van a entender que usted los estima, los 49 muertos se van con obras de infraestructura, hay gente que sí la quiere pero lo oculta porque usted no se acerca. No oculte la cabeza como un avestruz, presidenta. Vaya a Puno y baile en la Candelaria, presidenta.
En otras palabras, viajar con 300 policías al lado, armar un estrado, dar bonos, inaugurar obras, abrazar a un niño y besar a una oveja pueden revertir el efecto que tuvo dos masacres en tres meses, con la mayoría de víctimas concentradas en tres regiones: 21 en Puno, 10 en Ayacucho y 7 en Apurímac. Todo eso es cosa de disputa política.
Pero más que disputa, armaron una pantomima. Todo es armado. Antes fue en Apurímac, ahora fue en Ayacucho. Montan un operativo de seguridad inmenso para que Boluarte vaya a un mitin armado con apenas un puñado de gente convocada, no espontánea, con cartulinas previamente armadas. Los fotógrafos de la presidenta toman fotos desde ángulos especiales, y las recortan, para que el escenario no parezca vacío.
Un viaje armado, así de burdo, no es una disputa política. Es el ridículo. La ganancia política que genera es cero. Ese 9% de peruanos que te estima, concentrados en el sector A/B de Lima, no te va a estimar más y tampoco creerá que esas fotos son ciertas. En cambio, el Perú que te odia, quizá la mitad de ese 90% que te desaprueba, te va a agarrar más rabia. Más aún en las zonas a donde vas, porque lo ven como una afrenta, una farsa en la que fuiste un día a cerrar las calles y plazas con policías para tomarte una foto con el gobernador o el alcalde de turno –mucas muy fáciles de comprar con recursos públicos– e irte.
Y es que, además de las masacres como tales, Boluarte y Alberto Otárola ofendieron una y otra vez a las víctimas y sus familiares llamándolos azuzadores, terroristas, contrabandistas, narcotraficantes en televisión nacional. Y ya no hablemos siquiera de justicia. Hasta ahora tampoco ha habido un pedido de disculpas o al menos una remoción de un militar o un policía. Ni siquiera hay un detenido. Nada.
Por supuesto, que esa misma persona aparezca –en plena recesión y sin adelanto de elecciones– a llenarte la ciudad de policías y disfrazándose de lugareña a aventar caramelos es lo políticamente más imbécil que se puede hacer. Son imbéciles los grupos de funcionarios que creyeron que esta era una buena idea –“hay que dar la disputa, no dejar el espacio vacío”–, y la propusieron una y otra vez, pero también son imbéciles aquellos que la compraron: la presidenta o el presidente del consejo de ministros.
Luego vino la jalada de pelo y el intento de Boluarte por sonreír como si no pasara nada, que es lo mismo que viene haciendo desde el 7 de diciembre del 2022.
Fuente: Hildebrandt en sus trece, Ed 670 año 14, del 26/01/2024