Perú: ¿En qué momento pasamos la página?

Carlos León Moya

El manejo de crisis es quizá la parte más emocionante de la comunicación política. Una extraña mezcla de adrenalina con estrés te hace seguir adelante mientras recibes golpes por todos lados e intentas salir lo más entero posible. Y en el camino, sacrificas peones, torres o alfiles para mantener con vida al rey o la reina.

Aunque suene redundante, la única manera de saber que una crisis terminó es cuando ya ha terminado. Una mañana, descubres que ninguna portada te ataca; en la noche, los noticieros vuelven a abrir con un asesinato; en la calle, la gente deja de iniciar las conversaciones con referencias a la coyuntura nacional. La temperatura bajó. La normalidad regresó. Allí recién descubres, con melancolía, que la crisis terminó.

Pero eso era antes. Con Pedro Castillo, y mucho más con Dina Boluarte, las crisis no se “matan”. Los gobiernos viven con ellas. Las adoptan como mascotas. ¿Sacrificar a alguien para que la crisis termine? No, ¿para qué? Que siga la crisis. En un momento la gente se va a aburrir y la prensa va a tocar otro tema.

¿Y el congreso? Antes, con las denuncias y destapes, cambiaban de postura. Le bajaban el dedo a un ministro o presidente porque eran sensibles a la opinión pública, porque creían que les iba a costar electoralmente a ellos o a sus líderes. Ahora no. Al igual que el gobierno, el congreso es inmune a la nueva información. Además, cada escaño es casi una PYME: buscan sacar dinero como sea, metiendo uña a los ingresos de sus empleados o presentando proyectos de ley favorables a economías ilegales, como la minería o la tala. ¿Cómo vas a perder una fuente de ingresos estable por el bienestar del país?

Todo este preludio me sirve para responder una pregunta: ¿en qué momento pasamos la página del escándalo Rolex? Porque, por alguna razón, ya no aparece en la prensa, ya no está en las portadas, los noticieros han vuelto a empezar con los homicidios, y el ánimo de la gente se ha enfriado como el clima. A un mes de la primera denuncia, parece que la crisis ya pasó.

Y, sin embargo, Dina Boluarte no ha sacrificado nada. Ha metido la pata una y otra vez, al punto que lo más probable es que termine en una celda por enriquecimiento ilícito. Pero el único costo político que ha sufrido es bajar su aprobación de 10% a 7%. Es decir, bajó del sótano 4 al sótano 5.

El año pasado hizo lo mismo. Entre las marchas y las 49 muertes, solo se dedicó a hacer tiempo y esperar a que la gente se aburra. A inicios de marzo parecía que esa larga “crisis” –un eufemismo si tomamos en cuenta que hubo dos masacres– había terminado. ¿Qué hizo Boluarte después? Siguió como si nada.

Lo mismo ahora. Un día descubrió que, a pesar de que no hizo nada por resolverla, la crisis había pasado. Es una burla a nivel nacional, pero los destapes de la prensa solo repiten lo que ya sabemos: que mintió y se enriqueció. Solo el 4% del país le cree, según Datum.

¿Y entonces? Entonces nada, porque el congreso no la va a sacar, y la fiscalía ha vuelto a avanzar con la lentitud habitual. Es probable que la gente se haya aburrido por esa ausencia de novedad: ya sabemos que Boluarte miente, y miente mal. Hasta lo hizo en un mensaje a la nación, mostrando unas joyas que no eran. ¿Que es mentirosa y culpable? Sí, ya lo sabemos. No hace falta recordarlo. Y como no va a haber ninguna sanción, la gente mira para otro lado. Pasamos la página.

Pero hay salidas. Por un lado, Boluarte y su grupo son afortunadamente torpes, y siempre otorgan insumos en su contra. Por otro, los escándalos de corrupción necesitan, justamente, de “escándalo”. Como dije al inicio, las crisis suelen durar horas o días. Es un lapso tan corto que uno o dos escándalos bastan para tumbarse a alguien.

Pero como en el Perú nadie resuelve nada, las crisis duran semanas. ¡La del Rolex lleva más de un mes! Entonces, parafraseando a Regis Debray, hacen falta más “escándalos dentro del escándalo”. Primero fue el escándalo del Rolex. Luego, el escándalo del allanamiento. Después, el escándalo de Wilfredo Oscorima. Son tres picos diferentes en un solo escándalo: es muchísimo. En el Perú del 2018 eso le hubiese costado otro exilio a Kuczynski, pero aquí el congreso no hizo nada. ¿Cuándo se enfrió? Cuando no siguió otro destape escandaloso. Mucha de la prensa prefirió cambiar de tema, sea porque eligen la tranquilidad mediocre, sea porque buscan mantener a su audiencia.

El Perú es un país extraño donde las crisis duran semanas y los involucrados no resuelven nada. En vez de alejar los escándalos, los adoptan. Los domestican. Y creen que están “resueltos”, que ya voltearon la página. Por suerte, esos escándalos adoptados pueden volver a revivir, como los animales silvestres que atacan a sus domadores. Solo falta un empujón.

Fuente: Hildebrandt en sus trece, Ed 682 año 14, del 19/04/2024

https://www.hildebrandtensustrece.com/

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