Perú: Comparte, no robes

Juan Manuel Robles

Cómo no valorar a mis lectores, a todos esos señores y señoras que acuden cada semana a este espacio que a veces es tan suicida e impopular, bocazas y hasta irresponsable al punto de condenarme a la marginación, a la ceja levantada, al murmullo en el salón y la negación de los espacios. Por supuesto que los valoro, leo en voz alta cada línea en construcción para que todo fluya bien, como música en sus cabezas. Pero si estás leyendo estas palabras porque abriste el PDF que te pasaron en un grupo de Whatsapp, debo decirte con cariño que eres un lector con arruga, un piraña, un bandido, un palomilla que merece que le diga algunas cosas.

Primero hay que mencionar algo: ese ímpetu tuyo y de los miembros del grupo es, paradójicamente, un reconocimiento al trabajo. No lo niego. El objetivo de cualquier publicación periódica es que la audiencia se emocione de solo ver la portada fresca, que se apure en abrir el contenido, que vaya directo a las páginas con las firmas que le interesan, las desactualizadas fotos de los reporteros y columnistas que conoce. García Márquez caracterizaba esa emoción como la del niño que va corriendo a abrir el diario para ver las tiras cómicas (no es tan descabellado, si pensamos que el escritor Javier Marías decía que la columna de opinión tiene mucho de pasatiempo). Eso hay que mencionarlo como algo deseable: la energía de buscarnos, de querer saber, antes de las ocho de la mañana, qué nos traemos hoy.

Pero por eso mismo algo no anda bien en tu pedefeada, lector. Porque si algo te gusta, la experiencia de buscarlo tendría que valorarse: ir al quiosco, mandar a comprar el ejemplar, recibirlo sin arrugas (de papel y de las otras). No cuadra que aceptes y consientas recibir un archivo con el escaneado angurriento, al que hay que hacerle zoom con el índice y el pulgar, y luego ir bajando con el dedito.

De joven solía tolerar la piratería en tres causales: si no había dinero para comprar el original; si el producto era imposible de conseguir en tu ciudad; o cuando la compañía productora era una trasnacional millonaria. Ninguna de esas condiciones se cumple como para que alguien las tome de atenuante. Además, ya estamos grandecitos.

De hecho, en estos grupos de WhatsApp no veo estudiantes con las monedas contadas buscando una oportunidad para leer un contenido que les interesa y que ven inaccesible, debido a la economía. Lo que veo más bien, en cada grupo del que me entero, es gente con sueldo y planilla, organizaciones vinculadas a la minería, abogados, ingenieros, analistas políticos. Si envían el semanario —posibilitando miles de descargas—, es porque lo disfrutan y quieren leerlo al toque. Para qué leer un periódico de ayer, decía el cantante de los cantantes.

Curioso: somos un país que defiende como pocos la prerrogativa del empresario de poner precios a discreción, aun cuando estos sean absurdos. Cuando en las redes sociales alguien se queja por un costo excesivo, por una marca que se pasó de carera, aparece un montón de defensores del libre mercado a decirte que, si no te gusta, te busques otra cosa (no seas misio, oe). Pero cuando un semanario reconocido por su profesionalismo pone precio de tapa de seis soles, todo lo libertario se les va; se vuelven rateros. O cómplices del robo, como tú comprenderás.

Y por supuesto que sé que, en un país como el Perú, no todos pueden pagar seis soles a la semana. Pero hay varias opciones para quien no puede comprar. La más elemental: comprarlo con tu amigo que también lee el semanario, turnarse el pago cada semana. O comprar una semana sí y otra no. Hacer los malabares que tan bien aprendiste con Netflix o Disney Plus. Cualquier cosa es mejor a tomar por asalto el modesto taller donde —algunos presencialmente, otros desde lejos— hacemos esto.

Por cierto, el semanario acaba de lanzar suscripciones corporativas, con lo que ahora se cuenta con una opción adicional para evitar el latrocinio (que te sienta feísimo).

En realidad, uno escribe de estas cosas con desconfianza e impaciencia: no me detengo mucho en la “imposibilidad” económica de adquirir el semanario porque ser escritor y estar informado del mundo editorial me ha enseñado una verdad gigantesca: los que más compran piratas son los que tienen de sobra para comprar un original.

Y aunque sé que hay gente que piratea porque quisiera provocar la extinción del semanario, prefiero pensar en los lectores de verdad, gente recuperable, reversible, que se pasó de criolla (en un contexto de impunidad total). A ellos, que nos disfrutan, les recuerdo que la idea de hacer un semanario que viva de sus lectores es preservar la independencia y seguir siendo una voz sin parámetros. Es una lucha que se reproduce en todo el mundo, debido a la crisis de los medios y la prevalencia de intereses comerciales (que son más poderosos que nunca).

En el papel, el derecho a la libertad de expresión se da por sentado. La Constitución lo ampara. Pero sin contenido independiente, ese derecho queda inactivo, inutilizable. Y en tiempos en que Twitter se ha convertido en la X del oscurantismo imperial, algo está más claro que nunca: las redes sociales no reemplazan al periodismo. La democratización supuesta resultó ser solo dispersión, caos, debilidad.

Qué cosa más oportuna aquí que referirme a uno de esos textos que salió en este semanario (y que no saldría en ningún otro). Eloy Marchán publicó la semana pasada un reportaje que nos muestra cómo el Congreso del Perú está allanando el camino para asegurar la victoria de uno de los suyos en la elección presidencial del 2026. Esto incluye cambios constitucionales para poner un títere en el JNE, y que así ninguna voz crítica tenga posibilidades de vencer.

En ese mundo horroroso que se perfila, necesitamos medios como Hildebrandt en sus trece. Carecer de ellos podrá no tener un efecto palpable inmediatamente. Pero con el tiempo la desconexión se sentirá: la desinformación no es algo de lo que nos podamos proteger en solitario, sin informadores profesionales. Mi modesto papel aquí es dar, con mis columnas, una razón más para adquirir el semanario, para quererlo las mañanas de los viernes. Así que si te gusta leerme cada viernes a primera hora, te doy las gracias, pero te recuerdo que sería mejor hacerlo sin fomentar eso que nos hará desaparecer. Por cierto, yo también tengo cuentas que pagar. Que me divierta y lo disfrute —y vaya que lo hago— no quita que sus grupos piratas me pongan en una indeseada incertidumbre.

Fuente: Hildebrandt en sus trece, Ed 712 año 15, del 06/12/2024

https://www.hildebrandtensustrece.com/

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