Auschwitz: no aprendimos nada

Ronald Gamarra

El 27 de enero de 1945 los soldados del Ejército Rojo liberaron Auschwitz, el campo de concentración más grande de la red monstruosa erigida por el nazi-fascismo para el genocidio de pueblos y prisioneros, con especial encono en la aniquilación del pueblo judío. Ese día, siete mil prisioneros sobrevivientes fueron hallados en Birkenau, uno de los principales campos del denso complejo de Auschwitz. Estaban al borde de la muerte, desnutridos, enfermos, infectados, desprovistos de ropa y aseo, prácticamente muertos en vida. De hecho, muchos fallecieron en los días siguientes a su liberación, pero no pocos pudieron recuperar la salud y vivir para testimoniar los horrores del infierno en la tierra.

Auschwitz era un enorme complejo concebido para la tortura y la matanza humana en serie. Comprendía 48 campos de prisioneros e instalaciones de exterminio masivo situados entre los bosques en torno a la pequeña localidad polaca de Oswiecim, a unos 40 km de Cracovia. Un millón de judíos fueron asesinados allí, sobre todo en las cámaras de gas del enorme campo de Birkenau. Otros 200,000 prisioneros de guerra rusos, comunidades enteras del pueblo gitano, intelectuales polacos y militantes de izquierda, entre otras categorías de prisioneros, también fueron ultimados, sobre todo en el campo de Auschwitz I, la sede central del matadero nazi. Auschwitz es el epicentro del Holocausto.

Han transcurrido 80 años desde la liberación de Auschwitz. Desde la brutalidad y crueldad sin límites de Auschwitz, sería más preciso decir. Entonces, la humanidad quedó horrorizada ante la confirmación de los peores temores sobre la barbarie nazi y el ensañamiento, el odio irracional contra sectores humanos sobre los cuales se canalizaba premeditadamente el resentimiento nacional y social. Se prometió entonces, solemnemente, nunca más permitir un genocidio, no volver a guardar silencio o indiferencia ante los crímenes cometidos contra la humanidad toda y se decidió en consecuencia castigar los crímenes nazis. Se trataba de no permitir nunca más una infamia de proporciones y se propuso el respeto escrupuloso de los derechos humanos, establecidos en la carta de las Naciones Unidas.

Después de 80 años, ¿podemos afirmar que hemos aprendido algo? A juzgar por lo que podemos ver cotidianamente, no. No hemos aprendido nada. Siempre se hallará un resquicio para que el respeto a los derechos humanos se convierta en letra muerta, en vano humo de paja. Los poderosos de este mundo, los asesinos con patente de corso han perpetrado en estos 80 años varios Auschwitz de muy diversos modos. Lo vimos en el bombardeo arrasador de Vietnam durante años enteros, en la matanza de Corea, en el genocidio de Camboya, en el genocidio de Ruanda, en la carrera armamentista que hace de la muerte masiva en la guerra el negocio más rentable del mundo. Por citar solo algunos casos.

Hemos vivido más de un año entero de bombardeo masivo a la población civil palestina del territorio ocupado de la Franja de Gaza, con más de 50 mil fallecidos en los bombardeos (más del 2% de la población de la Franja) y unos 200 mil muertos por causas directamente relacionadas con los bombardeos, como la falta de atención médica, el colapso de los servicios de socorro y hasta el hambre porque el bombardeo no ha respetado ni siquiera hospitales, centros educativos ni locales religiosos. El arrasamiento de las ciudades de la Franja supera el 90% de los inmuebles. Pura ruina para una población desplazada una y otra vez, a lo largo del año, por todo el territorio, mediante órdenes militares despiadadas. Se disparó a matar contra personal médico y asistencial, asesinando a cientos de ellos. Se impidió la llegada de ayuda humanitaria, comida, agua y medicamentos.

Y esta barbarie perpetrada en tiempo real ante nuestros ojos ha sido llevada a cabo, con total desprecio por la opinión pública y los organismos internacionales, por el Estado de Israel, el país surgido precisamente del Holocausto nazi de la Segunda Guerra Mundial, fundado por los sobrevivientes de aquella matanza innombrable, y hoy convertido en un Estado ultranacionalista que impone una despreciable política de despojo y apartheid contra la población originaria palestina. Que Israel haya cometido este espantoso crimen de lesa humanidad y lo haga con impunidad y la aprobación no tan silenciosa de las grandes potencias que se reclaman democráticas es el indicio más claro de que, como sociedad humana global, no hemos aprendido nada de la carnicería de los Lagar.

Auschwitz no solo está en la memoria de quienes nunca perdonarán ni olvidarán los crímenes nazis. También está en nuestras vidas cotidianas, aunque no queramos verlo. En cualquier momento, en cualquier parte del mundo, una nueva matanza estalla. No ha terminado aún el genocidio en Palestina, en la Franja de Gaza, y ya perpetran nuevos exterminios en Cisjordania. Todo bajo la batuta de un criminal de guerra, Benjamín Netanyahu, aliado a partidos de fanáticos nacionalistas y religiosos. Y más allá, otro genocidio en Darfur, territorio de Sudán, del que no llegan muchas noticias. Y en todas partes, la agresión ancestral contra los pueblos originarios, indígenas, para lucrar con los recursos de las selvas primigenias.

Peor aún, la gran potencia de nuestra era, los Estados Unidos, hoy bajo la presidencia del matón Donald Trump, propone un nuevo mundo de craso imperialismo norteamericano, echando por la borda los principios más elementales del trato entre los Estados, favoreciéndose con descaro y de forma excluyente. Trump acaba de proponer “hacer algo por la población de Gaza”. ¿Y qué plantea? Trasladarlos a otro país. Es decir, privarlos definitivamente de su patria, completar el crimen de guerra de la matanza con el crimen de guerra de la limpieza étnica.

El espíritu de los carniceros de Auschwitz sigue vivo a plenitud entre nosotros y en nuestra época.

Fuente: Hildebrandt en sus trece, Ed 718 año 15, del 31/01/2025

https://www.hildebrandtensustrece.com/

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